Existe
una estatua de Lao Tzu, el fundador del Tao.
Un joven lleva años pensando en ir a las montañas y conocer la estatua
de Lao Tzu. El joven ama las palabras,
la forma en que Lao Tzu ha hablado, el estilo de vida que ha llevado, pero
nunca ha visto una estatua suya. No
existen templos taoístas, así que hay muy pocas estatuas y todas están en las
montañas, al aire libre, talladas en la misma montaña, sin techo, sin templo,
sin sacerdote, sin culto.
Pasan
los años, y siempre muchas cosas se interponen.
Pero una noche decide finalmente que debe ir, además el lugar no está
lejos, sólo queda a cien millas de distancia, pero como él es pobre tendrá que
caminar. A media noche –elige la noche
porque al estar dormidos la esposa, los hijos y la familia no se le presentará
ningún problema- coge una lámpara en sus manos, pues la noche es oscura, y se
aleja del pueblo.
Al
salir del pueblo y dirigirse al primer mojón, surge en él un pensamiento: “¡Por
Dios, cien millas, y sólo tengo dos pies!
Esto me va a matar. Estoy
pidiendo lo imposible. Nunca he caminado
cien millas, y no hay carretera…”. El camino es estrecho, de montaña, sólo para
caminantes y también peligroso, así que piensa: “Vale la pena esperar a que
amanezca. Al menos habrá luz y veré
mejor; de otro modo me despeñaré en algún punto de este estrecho sendero y
desapareceré sin ver la estatua de Lao Tzu; sería el final, simplemente. ¿De qué sirve suicidarse?”.
Estaba
en esas, sentado a las afueras del pueblo, cuando se le acercó un anciano a la
salida del sol. Vio al joven sentado y
le preguntó:
-¿Qué estás
haciendo aquí?
El joven se lo
explicó.
El anciano
rió. Dijo:
-¿No has escuchado
el viejo refrán? Nadie es capaz de dar
dos pasos al mismo tiempo. Sólo puedes
dar un paso a la vez: los poderosos, los débiles, los jóvenes, los viejos; no
importa. Y el refrán continúa: “solamente paso a paso puede un hombre recorrer
diez mil millas”, ¡y este camino sólo tiene cien! No seas estúpido. Además, ¿quién te está diciendo que sigas sin
parar? Puedes tomarte tu tiempo. Éste es uno de los valles más hermosos y ésta
es una de las más hermosas montañas, y los árboles están llenos de frutos,
frutos que a lo mejor ni siquiera has probado.
De todas maneras, yo me dirijo allí.
Puedes venir conmigo. He hecho
este camino miles de veces; además tengo por lo menos cuatro veces tu
edad. ¡Levántate!
El anciano era muy
autoritario. Cuando dijo: “¡Levántate!”,
el joven simplemente se puso en pie, además;
-Dame tus
cosas. Eres joven, inexperto; cargaré
con tus cosas. Tú sólo sígueme y ya
descansaremos tanto como quieras.
Y lo que había
dicho el anciano era verdad. En cuanto
se adentraron más profundamente en el bosque y las montañas, todo se fue
volviendo más y más hermoso. Y las frutas
eran silvestres, jugosas. Además, iban
descansando: cada vez que el joven deseaba detenerse, el anciano accedía. Le sorprendía que el anciano nunca dijera que
era hora de descansar. Pero, cada vez
que el joven decía que era hora de descansar, el anciano esta dispuesto a
hacerlo: descansaban un día o dos y luego retomaban la ruta.
De esta forma
recorrieron sin problemas las cien millas y llegaron al final del sendero;
entonces tuvieron acceso a una de las estatuas más hermosas de uno de los
hombres más grandes que ha caminado sobre la tierra. Incluso su estatua tenía algo; no era sólo
una pieza de arte. Había sido creada por
artistas taoístas para representar el espíritu del Tao.
El Tao cree en la
filosofía del dejarse llevar. Cree que
tú no tienes que nadar sino flotar en el río, simplemente debes permitir que el
río te lleve a donde va, porque cada río llega finalmente al océano. Así que no te preocupes; llegarás al
océano. No hay necesidad de estar tenso.
En aquel lugar
solitario se alzaba la estatua y, precisamente junto a ella había una cascada,
pues al Tao se le llama el camino de la corriente de agua. Tal como el agua, sigue y sigue fluyendo sin
manuales, sin mapas, sin reglas, sin disciplina… pero de una forma un tanto
extraña, muy humildemente, porque siempre está buscando la posición más baja en
todas partes. Nunca va cuesta
arriba. Siempre va cuesta abajo, pero
llega al océano, a su propio origen.
Toda la atmósfera
del lugar era representativa de la idea taoísta del dejarse llevar. El anciano dijo:
-Ahora empieza el
recorrido.
El joven dijo:
-¿Qué? Pero si yo creía que después de caminar estas
cien millas la ruta había terminado.
-Así es
precisamente como los maestros han estado hablando a la gente –contestó el
anciano-. Pero la realidad es ahora:
desde este punto, desde esta atmósfera, comienza una ruta de mil y una
millas. Y no te voy a engañar, porque
después de mil y una millas te encontrarás con otro anciano, posiblemente yo,
que te dirá: “Ésta es sólo una parada, continúa”. El mensaje indica continuar.
El recorrido mismo
es la meta.
Es infinito. Es eterno.
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