Es posible satisfacer la honda necesidad de construir y
alcanzar logros mediante la construcción y el logro de cosas triviales,
canalizando el impulso de construir hacia aéreas superficiales. Con frecuencia
este escape proporciona una sensación de logro, una sensación de trabajo
transformado en resultado, lo cual es suficiente para mantener a la persona
alejada de la verdadera tarea de trabajar en si misma, sin sufrir las señales
de advertencias dadas por el sentimiento de vacío o de depresión.
La gente suele coleccionar objetos o se dedica de lleno a
proyectos que no tienen sentido suplemente por que esto les proporciona una sensación
de propósito y de movimiento, ignorando el hecho de que el propósito es trivial
o incluso tonto.
Algunos individuos coleccionan latas de cervezas y otros
cuadros de pintores valiosos, algunos se dedican a la excelencia atlética y
otros a los negocios. Algunos desarrollan sus músculos y otros fundan imperios.
Todas estas actividades poseen el potencial de satisfacer la necesidad de
producir, moverse y construir… por lo menos un cierto tiempo.
Pero con frecuencia estas actividades son meramente
sustituto superficial de la autentica ardua labor de construirse a uno mismo.
No hay nada de malo en construir cosas en este mundo;
algunas de esas cosas pueden ser necesarias e incluso muy valiosas, pero cuando
la construcción de cosas en este mundo se vuelve el sustituto de la autentica
labor de construirse a uno mismo- construcción de lo que durara para la
eternidad- eso constituye una tragedia. Este mundo junto con sus logros,
siempre debe ser el vehículo del verdadero viaje.
No te puedes dar el lujo de olvidar que el camino conduce a
un lugar; no te puedes dar el lujo de olvidar tu destino final. Toma en cuenta
la siguiente anécdota:
“Una persona contrato a un conductor de camión para que
trasportase cierta mercancía a una ciudad lejana. “Conduce con cuidado”, le
dijo: “cuida mucho el camión, obedece todas las reglas y no hagas nada
peligroso. O vallas a velocidad excesiva y no te arriesgues”
Dos días más tarde el conductor regreso, “¿Cómo te fue?, le pregunto
la persona que lo había contratado.
“Bien” dijo el conductor, “hice tal como me mandaste, cuide
el camión, seguí todas las reglas de transito, conduce con precaución y durante
todo el camino y no me arriesgue”
“¿entregaste la mercancía?” le pregunto.
“¡Oh!” exclamo el conductor “se me olvido entregar la mercancía”
No te puedes dar el lujo de olvidar entregar la mercancía. No
te involucres tanto en el camión que llegues a olvidar hacia dónde vas. No te
involucres tanto en la excitación de hacer, de moverte y de construir, que
puedas llegar a olvidar de preguntarte hacia donde te conduce todo eso. Seguramente
no quisieras viajar años para luego descubrir que estabas en el camino
equivocado, o que te preocupaste tanto por las trivialidades del camino que
escasamente avanzaste, o que se te olvido que tenías una mercancía que entregar.
La mercancía que tienes que entregar eres tú mismo, tu
posees en ti la mercancía más importante y valiosa, y solo tú puedes
entregarla. Tú tienes en tus manos la responsabilidad de ti mismo y algún día
se te formulara la pregunta “¿Entregaste la mercancía?”
By. Akiva Tatz
Joven y Judío Hoy
No hay comentarios:
Publicar un comentario